Sentir cada mañana sus caricias mientras el primer rayo de luz se colaba entre las cortinas de la habitación. Caminar de su mano a orillas del río Sena, besar sus labios y sentir un dulce sabor a Frappé de Fraise. Admirar la Torre Eiffel iluminada, mirarle y quedarme atontada con su sonrisa. Recorrer Notre Dame agarrada de su brazo e imaginarnos que vivimos en una de las preciosas casas de la Rue Rembrandt. Comernos a besos en cualquier rincón de París, y ver lo guapo que está empapado por la lluvia.
Pasar por delante de Moulin Rouge al volver al hotel mientras él come gusanitos de gominola, y seguir como a primera hora de la mañana; besándonos, abrazándonos a cada dos pasos. El olor crêpes perfumando cada rincón de la ciudad. Miles de recuerdos que jamás se olvidarán.